Le
conocí al iniciar la primavera. Probablemente llevaba más en aquel sitio, sin
embargo pronto fue una figura de gran notabilidad entre las de su clase.
Efectivamente, transcurrieron unos cuantos días, ya era popular. Su tamaño no
era imponente, pero la humildad en su figura y capacidad causó gran impresión.
Nuestro primer encuentro fue un trago amargo. La verdad permití que un suspiro escapara de mis labios antes de recibir un golpe de realidad al revisar mis bolsillos. Me retiré maldiciendo entre dientes, proseguí mi camino sin volver el rostro.
Al
día siguiente, ella está ahí, aguardando por mí. La esquivé, giré la cabeza,
fingí que la ignoraba y esto pareció divertirle mucho.
Pasaron
los días, el juego entre ambas quedó establecido: si yo la evadía, expresaba mi
contento con alguna palabra ofensiva pero festiva. Si ella me atrapaba con su
encanto, me pareció que celebraba en silencio mientras pasaba cerca.
Nuestros
encuentros no eran siempre a la misma hora, pero si en el mismo lugar. Ahí me
esperaba día tras día. Esa lealtad fue –ahora que lo pienso– lo que doblegó mi
voluntad.
Al
paso de varios meses, nos hicimos amigas. Me esperaba con ansias, con cierta
maliciosa actitud, continuaron las escenificaciones cotidianas el pequeño
episodio: ella en llamar mi atención, y yo a escabullirme.
Poco
a poco me atrapó en sus redes, en más de una ocasión le soñé: trabajamos juntas
en grandes y ambiciosos proyectos cosplay, gracias a su talento destacaba en
escenarios de cualquier evento, había fans y cámaras por doquier. Con ella de
mi lado llegábamos lejos, competencias nacionales e internacionales, me codeaba
con gente famosa. No cabía la menor duda, era mi deber verla de frente, cumplir
mi sueño y enfrentar mis temores.
Hasta
este punto se comprenderá que ya formaba parte no solo de mis hábitos
personales y visiones oníricas, sino de mi propia vida. (Me fascina recordar la
certidumbre de que aprendió a moverse de un lado a otro por toda la tienda –por
los pasillos, al fondo o al mostrador– para cautivar con sus dotes al mejor
postor.
Llegó
el lunes y ella se fue.
Entré
a la tienda y no la vi. Revisé cada mostrador y pasillo. No, no estaba ya.
Pregunté. Me confirmaron: se la llevaron.
Uno
de los empleados fue más preciso: “La compró una señora, tuvo mucha suerte, usó
un cupón del veinte por ciento de descuento más la promoción a meses sin
intereses con tarjeta de crédito en nuestra venta de locura, una ganga sin
duda”.
Tuve
ganas de gritar hasta destrozarme la garganta. Todos mis hermosos proyectos y
sueños quebrados como cristal. Suspiré derrotada, di las gracias y cabizbaja
salí de la tienda, con mis ahorros de tres meses aun en mi bolsillo. Aún en
casa el suceso dio vueltas en mi cabeza una y otra vez. Lo material viene y va,
pero ninguna como ella. Créeme, incluso ahora no sabes cuánto extraño esa
máquina de coser.